domingo, diciembre 27, 2015

La Corona necesita más biblioteca / Francisco Poveda *

La Corona es símbolo de unidad y permanencia del Estado y, según la vigente Constitución española, arbitra y modera el funcionamiento regular de las Instituciones. El Rey jura guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes así como respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas. Pero además, la Constitución debe establecer una sociedad democrática avanzada en nuestro país, según los padres de la Patria que la consensuaron y redactaron para su aprobación en su momento por las Cortes Generales ya democráticas.
A partir de lo anterior, la sensación al menos de las burguesias periféricas ilustradas y empleadas en el tercer sector o el terciario avanzado es que Felipe VI ha perdido una gran oportunidad con ocasión de su segundo mensaje de Nochebuena a todos los españoles por no asumir el necesario liderazgo en un país inserto en la incertidumbre tras las elecciones del 20D y sometido de nuevo a tensiones territoriales, en presencia y en potencia, que requieren de inteligentes fórmulas flexibles y variadas que conjuren rupturas unilaterales de efecto inducido acumulativo en Galicia, País Vasco, Navarra y Cataluña para seguir casi seguro por Valencia y Baleares sin descartar concluir con Aragón y Canarias.
Por el bien de la Corona y del futuro de España, el contraste de pareceres sobre la forma y fondo de ese mensaje navideño debe servir de elemento de reflexión y análisis sobre el momento del proceso de todos los españoles hacia el objetivo constitucional de esa sociedad avanzada que el entorno del monarca en la Casa Real, o no parece tener claro del todo, o teme que lleve aparejado el cuestionamiento serio de la utilidad de la institución monárquica por incapacidad de adaptación del régimen del 78 a la tan diferente España del entrado siglo XXI.
Y, efectivamente, desde científicas convicciones monárquicas modernas en mi condición de castellano mediterráneo, me inclino porque eso sea así en tiempos tan utilitaristas por radicales, lo que no legitima que esta vez Felipe VI haya pensado más en conservar su testa coronada, algo importante para la continuidad de su dinastía, que en la urgencia del momento para España, que no pasa ni por la rigidez de posicionamientos personales u oligárquicos ni por el quebradizo dogmatismo constitucional, por lo que se juega en este envite la propia Corona si muestra una actitud de intransigencia e inmutabilidad. 
Y ese mensaje, a mi juicio, sí pone en riesgo a la monarquía al adolecer del más mínimo pensamiento estratégico por sus ideólogos y/o redactores palaciegos al considerarlos como equivocados en nuestro particular trance histórico. ¿Creía asi Felipe VI defenderse mejor de quienes claman un cambio de régimen o de quienes lo desean y no lo dicen desde dentro? ¿Quién o quienes son los que miran hacia atrás? Seamos serios porque nos jugamos mucho todos.
Creo que en La Zarzuela existe una excelente bodega para atender a los relevantes invitados que la frecuentan pero también tengo entendido que la biblioteca personal del monarca es muy exigua pese al impagable asesoramiento docto de la profesora Carmen Iglesias desde niño al actual rey de España. Poner los libros, para empezar, a la altura de la cantidad y calidad de esas botellas sería un acertado primer paso hacia la verdadera excelencia para evitar a la Familia Real cometer más errores de bulto por déficit de cultura general política e histórica.
Porque todas las revoluciones burguesas que en el Mundo han sido a partir de la Ilustración, desde la inglesa de Cromwell en 1648 hasta la americana de George Washington en 1763, pasando por la francesa de Robespierre en 1789, son producto de la falta de perspectiva de los luego perdedores por recluirse a la defensiva en sus viejas posiciones, lo que cargó de razones a quienes a fuer de pedir y no ser atendidos, optaron por abandonar a su suerte lo que ya no servía a sus sociedades respectivas en diferentes pero secuenciales momentos históricos.
Es preocupante, además, que el tradicional mensaje real sólo lo viesen esta vez  6,6 millones de espectadores cuando el pasado año fueron 8,2, lo que denota pérdida de interés en lo que pueda decir o plantear el actual Jefe del Estado pese a los momentos tan complejos por los que atraviesa España. No es ninguna buena señal, pienso, esa falta de confianza en las capacidades del mando como muy bien entiende Felipe de Borbón y Grecia en su calidad de militar de profesión. Y aquí se detecta, creo, otro fallo de información de calidad sobre el estado general de la Opinión Pública y como se percibe en la calle la Monarquía en su papel añadido de catalizadora hacia el Gobierno de turno de los principales anhelos sociales de gran parte de los españoles.
La neutralidad de la Corona está implícita en la Constitución pero le queda margen de maniobra hacia la no beligerancia que conlleva asumir el liderazgo en momentos tan excepcionales como los que estamos viviendo para evitar así un vacío espiritual de poder que impida una deriva como la ya experimentada en la I República española de 1873 en plena emancipación de nuestras colonias americanas, comenzando por Méjico y Argentina primero, y terminando con Filipinas, Cuba y Puerto Rico después, en el desastre nacional de 1898.
Mirar, pues, al pasado no tan idílico para no reconocer la quiebra del presente y hablar de cohesión nacional obviando su sustrato de cohesión social, concluye en un discurso agotado por muy oido desde los tiempos de Franco y suena a un patrioterismo cuartelero que no casa para nada con lo que se esperaba del paso del entonces Príncipe de Asturias por la prestigiosa universidad norteamericana de Georgetown, en Washington.
No se entiende, en consecuencia, que Felipe VI no reconozca en público el reto del cambio hasta decepcionar a la España más vigorosa aunque reciba el aplauso de la subvencionada y menos competitiva, acomodada por propio interés al actual estado de cosas, que vocifera a favor de una unidad y no por otra más justa por una mal entendida solidaridad nacional. Una oportunidad perdida, pues, de demostrar la utilidad de la Corona en semejante coyuntura si el discurso hubiese sido otro o no le hubiese sido impuesto desde La Moncloa, lo que tiene todos los visos.
Porque el Rey pareció apostar por una opción centralista al negar la actual realidad del Estado, donde coexisten varios sentimientos de españolidad, al cerrar el paso a una situación federal que pueda sintetizar la hoy innegable diversidad en una nueva organización política.
Si Felipe VI buscó una neutralidad formal pudo cosechar el efecto contrario creyendo así alinearse con la mayoría sin tener en cuenta que el cambio generacional afecta a todo el territorio y que quedar confinado en la España anterior alimenta la sensación, sino el convencimiento de los jóvenes, de irrelevancia práctica de la Monarquía como herramienta de salida de la situación hacia un futuro mucho más prometedor. 
¿Qué quería decir el monarca al hablar de pluralidad política pero no territorial; ser sensibles con el rigor, la rectitud y la integridad; cuáles son los intereses generales de España, los de quien; a qué compromiso ético, y de quién, se refería; qué es y cómo entiende él esa comunidad de afectos e intereses que mencionó? Basar un discurso en lugares comunes y muletillas innecesarias, para no decir nada en el fondo, y sin la más mínima alusión a la inaplazable reforma constitucional, no es desde luego defender de la mejor manera y prestigiar a su dinastía porque en lo que se va a desembocar, al final, es en un nuevo por inevitable proceso constituyente más pronto que tarde. 
Queda la duda de si, a partir de ahora, Felipe VI asume más democracia para resolver la crisis territorial apuntalando la tan cacareada unidad desde la diversidad, sensatez, prudencia y naturalidad en vez de disfrazarse de pompa y solemnidad, como otro error añadido más. Porque si, en vez de la unidad, la Monarquía simboliza la unicidad y queda reducida a un mal menor que sobrevive ante la desconfianza que suscita una república en manos de otros mangantes, ese riesgo de poder prescindir de ella en cualquier momento tampoco desaparece si deviene en irrelevante para el sentir del pueblo. Quizá ahí radique el miedo de la 'nomenklatura' a un referendum sobre la forma de Estado que, por otra parte, daría estabilidad por legitimidad a la Monarquía de resultar a su favor casi con toda seguridad de no seguir empeorando las cosas.
Desde Cataluña se le reprocha al Rey falta de sensibilidad con siete millones de catalanes por alejado de la ciudadanía desde una monarquía que entienden uninacional y unilingüistica y al que se le pide no ahogar los anhelos democráticos de una minoría que no puede imponerse.
Es de manual que la unidad de España que todos queremos no se asegura ignorando las pretensiones legítimas y democráticas de una parte significativa de españoles que no viven a gusto o cómodos en la actual construcción después de 37 años y plantean reformas para evitar mudarse. La incapacidad de la clase política para encauzar la situación no debe arrastrar nunca al Jefe del Estado ni obligarle a lanzar un bumeran contra esos nacionalistas minoritarios, que también son españoles, con el fin de arrojarles a las tinieblas para esconder el problema que no saben o no quieren resolver otros, hasta poner en un brete a Felipe VI.
Esta claro que el monarca se dejó, hasta aparecer como lo que nunca debe ser, y dar lugar a que se le reprochase dar lecciones de democracia sin haber sido elegido tras la desgranada retahila de obviedades y mitos, que ya no responden a realidad actual alguna, desde una sensación de aparente intransigencia por su parte, que conducía a destilar un mensaje negativo y pesimista sobre la suerte del Estado.
Las recientes elecciones generales las han ganado en su conjunto la izquierda y los nacionalistas, lo que presenta otra oportunidad para buscar un nuevo consenso en pos de la reforma constitucional desde el liderazgo que se le debe exigir a un monarca reinante por mucha inseguridad jurídica por inconcreción que rodee su sucesión y otros aspectos clave de su función arbitral y moderadora. 
Por eso el joven rey no apareció en televisión y radio como un líder y, por contra, sí como mensajero de terceros machacando sobre la unidad -¿contra quién?-, el interés general como vago concepto que no describió; sin menciones al papel disolvente de la corrupción y a sus principales víctimas: niños, mayores y los jóvenes, a quien se ha tratado de robar el futuro, y todo en un escenario, más de autoridad que el familiar propio de estas fechas, y como paralizado en torno al régimen del 78. Todo un paso atrás respecto al tampoco brillante mensaje de 2014 grabado aquella vez en su hogar de Zarzuela.
Un miembro del innegable cambio generacional escenificado en el 15M, como es el líder izquierdista Alberto Garzón, ha tenido que venir a resaltar la falta de conexión de Felipe VI con su pueblo y sus problemas cotidianos al hacer inaceptable esta Nochebuena el discurso de la derecha más antigua sobre una supuesta recuperación económica que casi nadie dice notar.
El Jefe del Estado no habló de reformas cuando muchos españoles lo esperaban ante la necesidad de deconstruir lo tornado en inútil para la mayoría para, a partir de ahí, construir una nuevo país en el que todos los pueblos de España estén dispuestos a vivir sin indecentes y sin indecencias. Tome nota don Felipe y lea estos días alguna de las suertes de sus antecesores en los siglos XIX y XX, y por qué, para cambiar de rumbo antes de que la dinámica histórica termine en un nuevo desastre por fragilidad.

(*) Periodista y profesor

viernes, diciembre 18, 2015

Pedagogía para la reflexión electoral / Francisco Poveda *

A menos de 48 horas de apertura de los colegios electorales en España todo indica que las fuerzas en concurrencia están casi todas muy igualadas, lo que supone en la práctica una potenciación de la proporcionalidad implícita en la Ley d'Hondt y la complicación de partida en el proceso de formar gobierno. Porque, por primera vez, vamos a ver una salida distinta a las conocidas hasta ahora desde la restauración democrática, por lo que se pondrá a prueba la capacidad del sistema para catalizar las voluntadades matizadas de todos los españoles y su traducción parlamentaria en un momento más que decisivo para un país todavía muy anclado en la crisis y con decisiones estratégicas pendientes de tomar para poder ahormar un proyecto y mantener su unidad dentro de los bloques internacionales a que pertenece.
Entre esas fuerzas concurrentes tenemos un Partido Popular (PP) que ahora promete hacer lo que ya prometió hace cuatro años y no ha sido capaz de cumplir. Además, ha devenido en una estructura corrupta generalizada y sin solución de continuidad, que ha terminado por destrozar la percepción de su imagen pública durante el liderazgo de Rajoy aunque anteriormente las prácticas fuesen parecidas. Al ser la corrupción el segundo problema expresado por los españoles en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), se explica mejor la enorme bolsa de indecisos a pocas horas de los comicios y cabe interpretar que muchos de ellos deben ser votantes vergonzantes del PP en anteriores elecciones.
Paradójicamente el mejor banquillo para el manejo del aparato del Estado está en el PP aunque Rajoy ha preferido no echar mano de sus integrantes que por algo no han querido luego ir en sus listas ni participar en la campaña electoral que termina esta noche. En caso de un posible gobierno de coalición PP-Ciudadanos, ya sin Rajoy ni sus gentes, ese banquillo será pieza clave del acuerdo ante el absoluto desconocimiento de Albert Rivera y los suyos de lo que se llama 'engranajes del Estado' y, por otra parte, absolutamente ajenos al complejo burocrático de Madrid al provenir de Barcelona la mayoría. Incluso puede que el presidente sea finalmente una figura no parlamentaria de ese PP en la sombra aceptada por todos. Doble contra sencillo, llegado el caso.
Es una hipótesis más que probable que el mundo económico español, y otros mundos internos y externos, desean a Rajoy fuera de La Moncloa cuanto antes. Él y su actual equipo están descartados 'a priori' por cualquier potencial coaligado porque, propaganda interesada aparte, la recuperación económica efectiva y definitiva es una falacia que el propio De Guindos ha terminado por reconocer hace pocos días mientras es mucho más que evidente que España ha perdido cuota e influencia internacional, incluso dentro de la propia Unión Europea, donde nuestro peso real no se corresponde con nuestra magnitud.
Pero lo más relevante de todo es que el nivel de competencia del PP de Rajoy está por los suelos como evidencian algunas presencias en el Parlamento Europeo y algunas presidencias en comunidades autónomas. Porque este partido es hoy la antítesis de un proyecto político de excelencia por lo que no es nada de extrañar que, con carácter general, sus candidaturas para el 20D estén trufadas de indeseables y/o guiñoles con muy contadas excepciones, que también las hay gracias a algunas calidades personales en trance de extinción pero aún no extintas pese a la derrota tomada hacia el abismo en la reciente legislatura.
Sin abandonar el espectro del centro-derecha emerge, y no por casualidad, Ciudadanos, un partido hibernado en Cataluña desde hace una década tras surgir, dicen que por intervención en su día del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ante la nula operatividad del PP en el Parlamento catalán y para hacer frente al nacionalismo en progreso desde dentro del propio territorio. También se dice que su tardía activación ahora, tiene mucho que ver con las pretensiones del índice bursátil 'Ibex-35', que integran las principales empresas cotizadas españolas, de sustituir con una derecha nueva a la vieja derecha fundada por Manuel Fraga al observar el éxito del proceso de evolución generacional en la izquierda no socialista.
Pero hay que reconocer que este partido ha improvisado en su forzada expansión por todo el territorio nacional y muchas de sus candidaturas han terminado por ser infumables aunque sea una organización centralista desde Barcelona y la más populista de las que están ahora en presencia y emergencia. Logrado el objetivo de desalojar a Rajoy al frente de la derecha, y recompuesto el PP, es muy probable que casi desaparezca en las siguientes elecciones generales a celebrar antes de dos años ante su liderazgo endeble, incluso ya percibido por los electores de cara al próximo domingo.
Además, detrás de esa endeblez de Rivera se esconden asesores personales influyentes provenientes de otros partidos y verdaderos directores de la estrategia y voluntad de este muchacho de poca sustancia con el afán de gobernar en la sombra llegado el caso de una coalición para alcanzar La Moncloa en posición dominante, cosa hoy que no se ve a tenor de los últimos sondeos publicados en Andorra. Esos asesores no tan ocultos estarían más cerca del Partido de los Socialistas de Catalunya (PSC) que del PP y sólo entienden una coalición con la vieja derecha si es para que el presidente del Gobierno de España sea el catalán Albert Rivera.
Por la izquierda, el histórico PSOE es hoy una organización bajo mínimos pero con un jóven líder, Pedro Sánchez, muy bien visto por la Corona y único homologado por el enigmático Club Bilderberg frente a los otros candidatos, dos matices que no se deben pasar por alto a la hora de reflexionar sobre el voto a emitir teniendo en cuenta, sin embargo, que las candidaturas socialistas presentadas son esta vez de tercera división en bastantes circunscripciones y que también alimentan la enorme bolsa de indecisos vergonzantes socialistas a estas alturas.
La pérdida de credibilidad y nivel son, pues, los peores enemigos en este momento para recibir votos aunque este partido sea el preferido de determinadas instituciones del Estado a pesar de la corrupción, también estructural, que arrastra en Andalucía. Pero Sánchez es una clara pieza del sistema y, pese a su edad y poca experiencia política sólamente municipal, eso no es insuficiente para contender con un muy desgastado Rajoy, hasta decirle en un debate público lo que millones de españoles piensan. Eso podría haber significado un relanzamiento de sus posibilidades para frenar a otras opciones de izquierda -entre utópicas e inexpertas-, lo que no parece ser el caso a tenor de los últimos sondeos trancendidos.
Pero, en cualquier caso, debe quedar claro que un Gobierno sin el PP no puede prescindir del PSOE por muy magros resultados que coseche el próximo domingo, lo que no parece una tendencia fatal tras el rumbo tomado por la campaña electoral en su recta final. El próximo ejecutivo de la nación o lo encabeza una figura impóluta del PP o Pedro Sánchez, tal como desea la Unión Europea para conjurar otra experiencia como la griega de Syriza, si bien parece que la Comisión Europea y la mayoría de centro-derecha en el Parlamento de Estrasburgo prefiere antes que nada lo homónimo para alejar las exigencias de Podemos respecto a la OTAN y algunas negociaciones comunitarias estratégicas hoy en marcha. Si la coalición fuese inevitable, el ministro de Defensa a consensuar parece que será el general José Julio Rodríguez, sin descatar a Carme Chacón como vicepresidenta junto a Iglesias en otra vicepresidencia.
Y aquí llegamos a Podemos, la única fuerza que, además, de emergente sigue emergiendo en todos los sondeos publicados y los conocidos más tarde por difundidos en el extranjero. Porque parece estar en un 'efecto rebote' tras bajar en intención de voto como consecuencia de tantas contradicciones programáticas ante las cámaras de la televisión. El electorado, como es también el caso de Rivera, tiene más que bien medido a Pablo Iglesias y descubierto lo limitado de sus tres principales universos vitales (Vallecas, Zamora y el bar de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense en el campus Somosaguas), no obstante lo cual si le vota es, en muy gran medida, en plan castigo a terceros y no porque este otro muchacho convenza, cada vez, más. 
Porque Podemos es una organización que será sometida a grandes cambios en el futuro si antes de las siguientes elecciones generales no sucumbe por el viejo centralismo democrático que le caracteriza e impone la actual dirección neochavista y caudillista.
Expresión política única, pero no mayoritaria, del 15-M, no parece haber sabido digerir del todo hasta la fecha ese espíritu aunque puede hacerlo más adelante si el propio proceso interno decanta un nuevo rumbo apoyado sobre procedimientos mucho más democráticos y alejados de prácticas comunistas hace tiempo descartadas como opción por sociedades materialmente tan avanzadas como la española.
El proceso de confección de las listas electorales de Podemos, a imitación de como las hacía el viejo PCE, no va a proporcionar nuevos líderes frente a Iglesias-Errejón pero el elemento humano que va conformando la organización es de calidad y terminará por darle la vuelta a este estado inicial de cosas o generar otro proyecto paralelo que anule el actual vista la dinámica observada en los actos de campaña y lo sucedido a Podemos en Cataluña.
En cuanto a Unidad Popular-IU-V, la marca del PCE para concurrir a estas elecciones, tiene el mejor candidato, junto a la ya imposible UPyD, y el más utópico de todos. Puede dar una sorpresa al final y no entrar en solitario en el Congreso de los Diputados aunque, visto lo visto, la Ley d'Hondt lo va a castigar al situarse a mucha distancia de los demás tan igualados. Si logra unos cuantos escaños, resultará vital para el apoyo parlamentario a un hipotético Gobierno de centro-izquierda. De fracasar, acabará en Podemos (o lo que de ella resulte) con toda la gente jóven que ha integrado diversas candidaturas de progreso para medirse con las de los amigos personales de Pablo Iglesias por la negativa de éste a una coalición preelectoral de izquierdas.

(*) Periodista y profesor

jueves, abril 23, 2015

La función, responsabilidades y necesidad social de las empresas / Ángel Tomás *


La crisis iniciada en el último trimestre del 2007, prolongada durante más de siete años, ha provocado la desaparición de un elevado número de empresas, con el consiguiente incremento del desempleo. Si bien el origen del desequilibrio económico generalizado se inició con el fracaso de las corrientes financieras internacionales especulativas y sin control, no debemos ocultar que también existieron empresas con malas prácticas, nacidas en unos mercados con exceso de optimismo, desprecio al riesgo y un crédito fácil y mal administrado. Debemos, por ello, estudiar el perfil del actual colectivo empresarial y la del propio empresario español, su protagonismo en el desarrollo económico  y su legitimidad indiscutible.

Las actividades de los empresarios son imprescindibles, pero su creatividad y desarrollo, habrán de ser correctos, eficaces, competitivos y creadores de riqueza y puestos de trabajo. El éxito sólo se consigue con dedicación, trabajo, mantenimiento de la calidad, la investigación y la innovación; éstas últimas  aún lejanas de las practicadas en las naciones de nuestro entorno.

En España el colectivo empresarial supera ligeramente los tres millones, de los que el 53% no tenía asalariados, el 28% entre uno y tres, el 15% hasta 20, y sólo el 4% de las empresas trabaja con más de veinte. Por otro lado la supervivencia de las empresas es muy baja, ya que sólo el 14% supera los 20 años de vida, concentrándose la desaparición en la industria y la construcción, y el aumento de su peso en las de servicios. Los emprendedores, comprendidos entre los 25 y 39 años, en buena parte proceden del desempleo facilitando su actividad desde las tendencias del consumidor, y los obstáculos: ciertas políticas gubernamentales, el difícil acceso a la financiación, la elevada presión fiscal, y las lentas y complicadas trabas burocráticas.

Según el Instituto de Análisis Económico y Social, en base de los estudios llevados a cabo hasta el 2010, el peso de los empresarios de origen familiar alcanza el 65%, y destaca una tendencia creciente y sostenida a la entrada de la mujer en el colectivo emprendedor, pasando en un sólo quinquenio del 8,5% al 22%. Las motivaciones se relacionan con la calidad de vida, la autorrealización, la búsqueda de mayores ingresos y su contribución a la sociedad.

La justificación y el interés popular sobre la aparición de nuevas empresas se basa, por una parte, por la posesión de atributos especiales y el afán creativo, y por otra: la continuidad familiar, las características de los sectores sociales y a los valores personales necesarios para el ejercicio profesional de la innovación empresarial, apoyada en una formación técnica y científica, imprescindible hoy día.

Pero el interés del empresario por la responsabilidad social se despertó a partir de los años ochenta del siglo pasado, con las directrices marcadas por la OCDE, los principios del Pacto Mundial de las Naciones Unidas, las normas ISO 26OOO sobre responsabilidad social, y los Acuerdos de la Comisión Europea sobre la responsabilidad social de las empresas del 2001, así como los principios establecidos por la Global Reporting Iniciative (GRI) que obligan a informes anuales sobre el grado de cumplimiento de las empresas en el mismo sentido. 

Todo ello, ha caracterizado, en general, la espontaneidad de las empresas en adoptar y aplicar políticas sociales junto a la voluntariedad  de información sobre  estas políticas. A mayor abundamiento, el pasado 15 de abril de 2014, el Parlamento Europeo ha aprobado una Directiva sobre la divulgación de la información no financiera, que obliga a las empresas de más de 500 trabajadores y un volumen de venta superior a cuarenta millones de euros a informar sobre impactos sociales, medioambientales y medidas contra la corrupción.

Los valores y gestión de los empresarios, junto a la valoración que hacen los ciudadanos, han de reunir las condiciones necesarias para conseguir la justa legitimidad de aquellos, imprescindible tanto para la sociedad como, en gran medida, responsables del éxito económico de un país. Es necesaria la confianza empresa-sociedad-Estado, y esto es tarea de todos.

Para que los ciudadanos sientan interés por el emprendimiento, hace falta también, un modelo educativo que genere iniciativa e inclinación hacia la creatividad. El Estado es corresponsable de que esto se cumpla en interés de todos, y que regule un mejor sistema de costes y simplificación de administración para el inicio de la actividad.

La empresa española debe evolucionar hacia un crecimiento más sostenido, ya que pocas de ellas consiguen su consolidación a largo plazo, e incluir una organización interna menos jerarquizada, más flexible y más participativa, sin olvidar  el aumento de fondos propios, capaz de disminuir riesgos y revalorizar sus balances.

La empresa crea valores compartidos que deben satisfacer al conjunto de la sociedad, producir bienes y servicios en un mercado competitivo, cuidar de su reputación, informar con transparencia y cumplir con sus obligaciones para con terceros. Este es el único camino inteligente para mejorar la legitimación del empresario y la responsabilidad colectiva.

(*) Economista y empresario